Si alguna vez has contemplado esos cuadrados dorados, llenos de huequitos perfectos para albergar jarabe, fruta o crema, entonces ya has observado un verdadero clásico del desayuno: el waffle. Pero, ¿qué son exactamente? Te contamos su origen y diferencias con los hot cakes.
Más allá de su textura crujiente y su forma característica, guardan una historia interesante, un origen multifacético y una identidad que a menudo se mezcla con la de los pancakes. Sin embargo, su recorrido va desde antiguas planchas de hierro hasta salones de feria.
Los waffles se convirtieron en un símbolo del desayuno, en un favorito de sobremesa y en un alimento global. ¿Listo para sumergirte en ese festín de historia, sabor y curiosidades? Prepárate para descubrir que los waffles no son solo “hot cakes con huecos”, sino un plato con raíces culturales, técnicas de cocción específicas y mucha creatividad gastronómica.
Los waffles tienen sus raíces en la Edad Media, cuando se cocinaban masas entre planchas de hierro decoradas, conocidas como moules à oublies o planchas de hostias, en zonas del norte de Europa.
Esas primeras “galletas” prensadas evolucionaron, adoptaron nuevas formas, ingredientes y tratamientos para convertirse en lo que hoy entendemos como waffles. En particular, lo que hoy identificamos como waffles belgas tienen su origen histórico en Bélgica y en los Países Bajos: la región de Liège y Bruselas son epicentros de esa evolución.
La palabra en inglés waffle aparece documentada en 1725, derivada del neerlandés wafel y del francés antiguo gaufre, que a su vez aludían al patrón en forma de panal de abeja de la plancha.
Con el tiempo, el waffle se extendió desde ferias y mercados en Europa hasta convertirse en un desayuno habitual en Estados Unidos, donde variantes como la “Belgian waffle” fueron popularizadas en ferias mundiales.
Aunque es difícil asignar un solo “país de origen” definitivo al waffle (porque la idea de cocer masas entre planchas de hierro se extendió por varias regiones), Bélgica es ampliamente reconocida como la patria de la versión moderna y popular del waffle.
Las “gaufres de Liège” se originaron en la región de Wallonia, Bélgica; asimismo, las “Brussels waffles” (o variantes más ligeras) se desarrollaron en la zona de Bruselas/Ghent alrededor del siglo XIX.
Por ejemplo, los waffles belgas fueron exhibidos internacionalmente durante la Expo de Bruselas en 1958, y posteriormente introducidos a Estados Unidos en la Feria Mundial de Nueva York en 1964.
En Estados Unidos, la idea del waffle se adaptó a hábitos de desayuno y se transformó en lo que muchos llaman “American waffle”. Esta versión suele ser más delgada, menos aireada, y se sirve con jarabe de arce, mantequilla, tocino, etc.
En Francia, Alemania, los Países Bajos y otras partes de Europa existían versiones locales de la masa prensada en planchas, algunas de las cuales confluyeron en lo que hoy consideramos waffle belga.
En los waffles se utiliza una plancha especial con cavidades que producen la estructura cuadriculada y permiten que la masa se tueste de manera uniforme y adquiera una superficie más crujiente.
La masa de waffles a menudo tiene más grasa (mantequilla, aceite) o incluso azúcar adicional, lo que contribuye a una corteza más dorada y crujiente.
En cambio, los hot cakes se cocinan en sartén o plancha lisa, resultando en una superficie lisa, sin patrón marcado, y una consistencia más esponjosa.
Los waffles presentan usualmente una forma cuadrada o rectangular (en muchos casos) con “pozos” que recogen jarabe, crema o fruta. En cuanto a textura: los waffles son conocidos por tener una exterior más firme o crujiente, mientras que el interior puede mantener una ligereza.
Los hot cakes, en cambio, suelen apilarse y se sirven cubiertos con jarabe sin tantos “pozos” preformados; por su parte, son mayormente suaves, algo almohadillados y menos estructurados.
Los waffles son mucho más que una masa dorada con jarabe: son el resultado de siglos de evolución culinaria, de ingenio en planchas de hierro, de ferias europeas y de adaptación internacional para convertirse en la estrella del desayuno.

