¡Conoce quién fue el primer astrólogo! Así fue el origen de la astrología desde tiempos remotos. Mirar al cielo fue mucho más que contemplar belleza: era leer señales de las estrellas, planetas y la Luna, interpretados como mensajeros divinos, guías de la agricultura, la lluvia, los reyes y el destino de las naciones.
Esa fascinación por lo celeste dio pie a lo que hoy conocemos como astrología, una mezcla ancestral de observación astronómica, religión y predicción. Pero, ¿quién fue el primer astrólogo? La realidad es que no hay un nombre preciso, y la historia no ofrece un “padre” universal.
Los orígenes de la astrología se remontan a las civilizaciones más antiguas que lograron escribir sobre los cielos: civilizaciones como la de Babilonia (en la antigua Mesopotamia), cuyos sacerdotes‑astrólogos fueron los primeros en organizar un sistema formal de interpretación celeste.
Existen registros sumerios y hasta de la cultura maya, siendo el final la consolidación de un sistema que influiría por milenios. Así fue que surgieron los primeros astrólogos, te decimos cómo funcionaba su “ciencia” celeste, y por qué su legado sigue presente en la astrología moderna.
Aunque muchas culturas antiguas alzaron la mirada al cielo, la astrología como sistema estructurado parece originarse en la Mesopotamia de hace más de 4 000 años. Algunos indicios más antiguos — del período sumerio, hacia el III milenio a.C. — sugieren que ya se interpretaban fenómenos celestes como presagios.
La astrología organizada — con registros, predicciones, omens (presagios) y una interpretación sistemática — aparece con los babilonios, aproximadamente en el II milenio a.C., de acuerdo con National Geographic.
En Babilonia, los encargados de leer el cielo no eran filósofos ni científicos modernos, sino sacerdotes o “divinadores”, quienes combinaban observación astronómica, religión y la voluntad de los dioses para interpretar los cielos.
Estos astrólogos antiguos velaban por el bienestar del Estado, el rey y la comunidad. Sus predicciones se referían a asuntos públicos: clima, cosechas, guerras, sucesiones, eventos naturales.
Con el tiempo, esos registros — a veces en tablillas de arcilla — se acumularon, dando lugar a compendios de presagios celestes. Uno de los más importantes fue Enuma Anu Enlil, un conjunto de tablillas que reúne miles de “omens” relacionados con la observación del cielo.
Existen relatos más legendarios que históricos sobre quién fue el primer astrólogo: en tradiciones esotéricas y herméticas, se cita a Hermes Trismegisto como el “padre de la astrología”.
Esta figura no pertenece a un solo pueblo concreto —es un símbolo sin historicidad comprobada— y representa una síntesis mítica de sabiduría antigua.
Su nombre aparece como referente de textos medievales y renacentistas que sentaron las bases de un sistema filosófico y del hermetismo, de acuerdo con la Universidad Complutense de Madrid.
Sin embargo, aunque su nombre aparece en como referente de conocimiento celeste, desde un enfoque histórico‑académico no hay evidencia de que él haya sido una persona real que “inventó” la astrología.
Por ello, muchos estudiosos coinciden en que es más útil —y más preciso— hablar de una transición cultural colectiva, a través de sacerdotes antiguos en Mesopotamia, en lugar de buscar un “primer astrólogo” individual.
Es así que los primeros astrólogos reconocidos historiográficamente fueron parte de una tradición sacerdotal en ciudades como Babilonia. Sus conocimientos eran compartidos, acumulados y pasados de generación en generación.
La astrología no quedó confinada a Mesopotamia. Con los intercambios culturales y comerciales, sus ideas llegaron al mundo griego, donde se fusionaron con filosofías locales — dando inicio a la astrología occidental tal como la conocemos.
Durante ese proceso, algunos elementos se reinterpretaron: el enfoque pasó de predicciones colectivas a horóscopos personales, cartas natales y nociones más orientadas al individuo.
Así, lo que comenzó como una herramienta para guiar decisiones de estado, se transformó con el paso del tiempo en una práctica esotérica popular, adoptada por civilizaciones diversas, hasta nuestros días.
Los astrólogos babilonios no solo miraban las estrellas por curiosidad: llevaban un registro meticuloso de eclipses, fases lunares, conjunciones planetarias y otros fenómenos celestes. Estos se interpretaban como señales divinas: podían anunciar sequías, inundaciones, cambios políticos, decisiones de estado o eventos naturales.
Una de las contribuciones más duraderas de los astrólogos babilonios fue la creación temprana de lo que se convertiría en el sistema zodiacal occidental. Dividieron el cielo en segmentos asociados a constelaciones y estaciones. Este zodiaco antiguo dividía la eclíptica en partes que representaban diferentes agrupaciones estelares, precursoras de los signos que hoy conocemos (Aries, Tauro, etc.).
También desarrollaron métodos matemáticos para predecir posiciones planetarias futuras —espacio, luna y planetas visibles—, como los mayas, lo que permitió hacer predicciones con cierta consistencia, y no solo como superstición.
Su función social y política era clave: interpretar la voluntad de los dioses a través del cielo y aconsejar gobernantes.
Aunque hoy muchos la consideren pseudociencia, su valor histórico, cultural y simbólico es incuestionable. Fue una de las primeras formas en que la humanidad intentó leer el universo —y en ese acto, entenderse a sí misma.


