El triunfo en las elecciones del pasado domingo en Chile del candidato de la derecha José Antonio Kast (Partido Republicano) representa la primera victoria de la derecha moderada fortalecida por la ultraderecha desde el regreso a la democracia al país andino hace 35 años.
Kast, en su tercer intento, buscó acercarse más a votantes del centro mediante un discurso más mesurado, y también más concreto. La clave para entender esta victoria pasa por una elección poco ideológica, dicen los chilenos, y muy pragmática.
Kast se deshizo de las premisas de las libertades y el tamaño del Estado (clásicos principios de la derecha más extrema) para abordar temas de preocupación primaria en los votantes: seguridad, orden y capacidad económica.
Tuvo más éxito entre los votantes el programa de gobierno que las consignas ideológicas repetidas hasta el cansancio. Esta narrativa le otorgó una ventaja holgada de 16 puntos por encima de la candidata comunista Jeannette Jara.
Los socialistas y partidos de izquierda han gobernado Chile en esa alianza de Partidos por la democracia desde 1990, y Boric, el presidente en funciones, provenía de la izquierda más radical.
Es un golpe severo para esas fuerzas que asumen ahora la peor derrota desde 1990.
Lagos, Bachelet, Boric más al extremo, pero todos formaron parte de una misma corriente de gobiernos de izquierda. Todos, a excepción de Piñeira, quien gobernó dos veces más hacia el centro derecha.
Ahora tocará el turno a Kast, quien buscará balancear las premisas más conservadoras de su partido con un pragmatismo de gobierno eficiente que corrija problemas de delincuencia e inseguridad, al tiempo que mejora la economía.
La abultada ventaja, que se acerca a los 17 puntos en los conteos finales, está estrechamente relacionada con la condición legal del “voto obligatorio” que exige la ley en Chile. Cuantos más votantes se suman a las urnas, las tendencias mayoritarias se profundizan, provocando estos resultados.
Esta derrota abre el debate acerca de la izquierda latinoamericana que, aparentemente, pierde fuerza y presencia frente a los votantes.
La propia presidenta Sheinbaum llamó ayer por la mañana a una reflexión sobre el significado de esta elección, llegando incluso a mencionar que eso no pasaría en México porque el gobierno tiene mucho apoyo de la gente.
Valen algunas precisiones: el gran apoyo lo tiene la presidenta (70%) y en descenso, considerando que hace un año estaba en 84%.
Su gobierno, el mexicano, sale gravemente mal evaluado en corrupción, seguridad, salud y educación.
Entonces sería prudente, en vez de echar unas campanas adelantadas al vuelo, considerar lo siguiente:
—Este es el año uno del gobierno de Claudia Sheinbaum; falta mucho para hacer una evaluación final.
—Los apoyos electorales fluyen, van y vienen como voluntades caprichosas que unas veces quieren algo, y dos años después lo contrario. El juicio y la evaluación continua son lo que mueve los vientos electorales.
—Y aunque en México tenemos muchas trampas perpetradas por Morena, como la sobrerrepresentación de diputados y senadores, o el cambio a la Suprema Corte, o la excesiva y carísima repartición de programas sociales no auditados con padrones desconocidos, nada garantiza el triunfo de Morena en 2030.
La lección de Chile es clara y transparente, que a medida que pasen las semanas y veamos en acción al nuevo gobierno, se podrá comparar y hacer un análisis más completo. Pero por ahora hay un claro desgaste del electorado que busca otras alternativas después de años de la izquierda en el gobierno.
La experiencia de Argentina ha sido más tango que una reconstrucción real de la economía. Milei ha resultado más una expresión cómica que un líder con una visión clara. Pero las derrotas de las izquierdas —diversas y variadas— van desde Argentina hasta Bolivia.
Ahora se suma Chile con una ultra que será evaluada en detalle por todo el continente.
Elección pendular que volteó por completo el espectro ideológico. Kast tendrá que probar en los hechos que puede tener mejores resultados que sus antecesores.


